Sangre y harina

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Undécimo capítulo de la saga campera de El Gringo y la Lucecita, craneada a medias con el profesor MX cuento * chino y yo.

Una casa sin luz  |  La crecida >

Nunca quedó claro quién atravesó la puerta primero, tampoco si ésta estaba abierta o si los oficiales la violentaron sin pruritos, pero lo cierto es que, una vez adentro, ni Carlini ni Becerra pudieron evitar que la pena les estrujara el pecho al ver el cadáver todavía tibio del buen Gervasio, desparramado entre los costales, cubierto con el engrudo de sangre, harina y levadura, que coloreaba de rosa pálido el piso de la sala de hornos de la panadería. Carlini se tomó la cabeza y se lamentó en silencio, Becerra observó bien el cuerpo tendido, envuelto en tan ridícula mortaja. Sobre el costado derecho, la herida abierta por el facazo parecía tener vida propia; la piel y el músculo latían rítmicamente y a través del hueco se dejaba ver la carne maltrecha y rasgada. Esporádicos borbotones se abrían paso entre nervios y tejidos, espesos y gelatinosos, según cuentan las anotaciones de la libretita de Carlini, y se deslizaban lentamente, cuesta abajo, desde el borde superior de la abertura hasta el extremo inferior, fundiéndose luego con los baldosones gastados. Según la apreciación de Becerra, la puñalada lo había sorprendido mientras amasaba con espíritu laborioso varios cientos de cuernitos y vigilantes con los que gran parte del pueblo desayunaría por la mañana, sin darle siquiera tiempo a reaccionar o defenderse. El triperío hecho jirones asomaba por el hueco oscuro que una mano obturaba inútilmente. Abrumado por la sorpresa, el asco y la incomprensión, Carlini se tapó la boca para contener el ácido digesto de empanadas que le subía por la tráquea. Los tres hornos estaban prendidos a temperatura máxima. Un viento helado soplaba desde la ventana y agitaba las cortinas de manera intermitente.

– «Ay, Barzola, Barzola…», dijo entre dientes el comisario mientras sacaba la cabeza por la ventana que daba a la calle trasera.

– «No se detiene, y no creo que vaya a parar, Comisario. Creo que estamos en la recta final…»

Becerra, absorto, continuaba mirando más allá del zanjón, donde el Rastrojero había permanecido en marcha. No admitía otra posibilidad: Barzola, embriagado por el exceso de adrenalina, habría de cerrar en la estancia su aventura nocturna con un bonito moño de sangre. Carlini percibió en las sombras de la cocina cómo el comisario acariciaba su arma reglamentaria, y aunque no se atrevió a comentarlo sintió un ligero escalofrío.

Al otro lado de la calle, donde las luces mortecinas de la panadería se fundían con las sombras de los arbustos, la noche se hacía dueña de todo y de todos, amparando a los desdichados y a los herejes con una niebla inesperada y confusa. Pero para Becerra no era la niebla, ni la ignorancia, ni el desamor lo que confundía el entendimiento de ciertos hombres, sino la ambición. Cuando la sangre contaminada empieza a hervir, difícilmente pueda uno esquivar las incorrecciones, los excesos y los malos actos. Al razonar en todo esto, Becerra no tenía en mente a Barzola sino al Gringo, un piojoso como cualquier otro, arrastrado a la desgracia por la ambición más elemental que existe. El demonio vive en los elixires oscuros y en las palabras de una mujer decidida. Que le pregunten al Gervasio, si no.

– «Vamos, Topito. Se acaba todo», dijo mientras enfilaba hacia la puerta de atrás.

– «No se nos puede escapar, Comisario.»

– «No lo hará, Topito. Ya no. Vamos, muévase. Tenga a mano su pistola y no me afloje porque de aquí al amanecer será la mano más brava que nos haya tocado jugar hasta el momento.»

Carlini se puso serio como un condenado. Recordó a Lorenzo, a Gauna, a Martínez, a la Lucecita, al Gringo y a Pichón; pensó en el baile, en los borrachos y en el pueblo entero, que parecía no querer reconocer que la miseria se le había colado por debajo de la puerta. También recordó los días de la academia, cuando ser policía todavía era ilusión y, de vez en cuando, dispararle a una silueta de cartón contra un muro desconchado. Cubrió el cuerpo de Gervasio con un mantel cuadriculado que rápidamente se empapó de bordó; ansioso, abotonó su abrigo y salió tras su jefe. La noche era oscurísima y una manga de nubarrones espesos amenazaban con desplomarse sobre el campo. Los oficiales subieron al móvil y partieron raudamente hacia la estancia por el ripio vecinal. Entre medio de hectáreas y hectáreas de un maíz recién emergido la pregunta de Carlini rasgó el silencio como el trueno que anuncia el temporal.

– «¿Alguna vez tuvo que matar a alguien?»

Becerra miró de reojo a su joven ayudante, mas no emitió respuesta alguna. Carlini se enderezó en el asiento, extrajo la 9mm y la tocó con desconfianza como quien acaricia un perro ajeno. Recorrió con las yemas las estrías de la culata, el gatillo y la mira, y antes de volverla a guardar se aseguró de quitarle el seguro. ¡Click! Volvió a cerrar la cartuchera e inspiró profundamente. Nunca se le habían dado bien los juegos de cartas.

 

Versión imprimible -> La historia del Timor (III)

8 comentarios en “Sangre y harina

  1. la escena final es como si la estuviera viendo. los relámpagos de fondo, las figuras que se recortan bajo el agua. qué emocionante se puso este relato, señores. los felicito.
    abrazo,

  2. La cosa se pone áspera (o peliaguda, para seguir a tono). Sobrevienen tiempos de definiciones, y en esos casos lo mejor es mentir con confianza como en el Truco, o en todo caso, llevar una baraja marcada…
    Era hora que los «avezados» investigadores pasen a la acción más directa, para ver si realmente están hechos de tan buena madera como parece. Vamos que venimos!

  3. Uno de los fragmentos más visuales, teñido por los tintos rojos de la muerte de Gervasio y cada vez más oscuros.
    Las nubes no solo están en el ambiente sino que llenan la mente de los protagonistas y nos envuelven a nosotros, cada vez más intrigados por el desenlace.
    Salut

  4. Hola micromios! Hemos trabajado la parte visual en este entrega quizás más que en las anteriores, pero no me preguntes por qué. No sé. salió así. Es lo llamativo de la escritura compartida, uno sabe cómo empieza pero no para dónde se dispara la cosa después. Incluso es interesante que todo esto transcurre (desde el capitulo anterior) de noche, con reducidas posibilidades visuales. Siento que tal vez le faltan más imágenes auditivas y/u olfativas (el olor de la panadería mezclado con el acre de la sangre). Otra vez será. El desenlace se acerca, al igual que la tormenta con ese nefasto augurio de las nubes densas. Nuestros héroes Carlini y Becerra parecen estar seguros de los pasos a dar, pero… (siempre hay un pero) Carlini aún da muestras de inseguridad, quizás por causa de su escasa edad, inmadurez e inexperiencia dentro de la Fuerza Policial. Y Becerra lo sabe. ¡Ya lo veremos a la hora de la acción!
    Saludos y gracias por leer!

  5. «Áspera como recado de elefante». Así dice el dicho que acabo de inventar, inspirado en eso de mentir con confianza, como en el juego del truco. Me gustó la idea de la baraja marcada, me gustaría meterla por ahí en algún párrafo. Que Becerra es un avezado policía hecho de quebracho y palo santo, no me quedan dudas. Sin embargo le tengo mucho miedo a Carlini, quien tal vez no pase de un pino Paraná o un palo borracho. Sí, es muy voluntarioso y diligente, hasta sagaz, diría, pero por ahora no ha hecho más que anotar cosas en su libretita y acompañar a Becerra en la investigación. ¡Y se le viene la acción encima! Ahora tal vez tenga que usar su arma reglamentaria contra alguien de carne y hueso. Ahí lo quiero ver. ¿Qué espacio le dará Becerra? ¿Lo protegerá o lo mandará al frente?
    Vengamos que ya nos vamos!

  6. El misterio vive en esta saga. Al igual que nuestros celosos guardianes del orden, el Sr. MX y yo debemos medir muy bien nuestros próximos pasos. El desenlace se acerca, está a pocos pasos, pero yo no estaría tan seguro, como Becerra, de que Barzola ya no escapará. El campo está oscurísimo, los maizales parecen haber absorbido la poca luz de luna que atravesaba las nubes. Por eso el cielo está negro. Habrá que esperar a los refucilos para poder ver más allá de los faroles del patrullero.
    Saluti!

  7. “Áspera como recado de elefante” Como admiro la literatura independiente.

    Cámara, bellota en recámara, seguro, cargador, clik, clak, no tan sólo visual, también podemos escuchar los grillos cuando el madero asoma la cabeza tras la ventana a la noche. Retado por los hijos de la noche, el ruido del hierro desenfunado, el sonido estridente del silencio.

    Los asesinos acechando entre las próximas páginas, el oscurecimiento de la trama, al cabo, la novela negra. El episodio si preferís (Dije en tu lengua mather)

    La pluma cargada de plomo.

    Sos el mejor Pablito, ya lo sabes.

    Jimmi Hendrix

  8. Jimmi! Jah, me sacudiste un cargamento de imágenes auditivas. Prolijamente las iré tomando prestadas, creo. No por nada se extraña la etiqueta negra, pero no te llego ni a los talones. Tal vez cuando termine de leer la inagotable Guerra y Paz me embarque en alguna novela negra. Siempre me gustó Chandler, la vieja escuela.

    Ciertamente, la trama se ha oscurecido. Creo que sin pensarlo demasiado la hemos mantenido en una larga noche, que, además, está por descomponerse.

    «La pluma cargada de plomo», excelente. El trazo engrosado y vigoroso, la tinta que penetra con furia las fibras del papel. Cientos de viajes al tintero cargado de sangre, tal vez miles; el roce de la pluma vertical contra el fondo de vidrio, con su chirrido seco, agudo. «Mientras siga escribiendo no coagulará», razono. Y me alegro de tener una excusa seguir adelante con mi historia.

    Qué cosa esto de la lengua madre. Si mi abuelo paterno le hubiese enseñado Catalán a mi padre, ahora yo podría contestarte en la tuya. Pero lamento no poder hacerlo y aceptaría que me sentenciaran a muerte si cayera en el traductor de Google.

    Abrazo, LoCoDaTaR!
    PD: gracias!

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