Makraff y los hombres-hormiga (VI): «La inundación»

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Esta es una anécdota en partes: la #53 en la saga del Dr. Kovayashi.

—Descubrimos los sostenes del dique sin demasiado esfuerzo, una sucesión de troncos inclinados que funcionaban como riostras entre el paredón y el suelo. Con gusto habría trocado mi antebrazo derecho por una caja de dinamita; sólo disponíamos de sogas, fuerza e ingenio. Arnolfo, nuestro grumete, me ayudó a enlazar dos parantes adyacentes, mientras que Xico, el cocinero, instalaba una gran polea en un árbol, terreno abajo.

—¡Excelente! Las poleas maximizan la fuerza.

—Así es, doctor. Pero debíamos aguantar hasta la primera luz del día para actuar; de lo contrario, si nos dejábamos ganar por la ansiedad, estaríamos forzados a bajar corriendo a ciegas por la pendiente, con árboles y vegetación por doquier, con una enorme ola por detrás y con mínimas chances de llegar vivos al barco. Y una vez a bordo, estando ya los motores en marcha, sin margen de error, se debía girar 180 grados entre los millares de neumatóforos de los cipreses calvos y salir a toda máquina por exactamente el mismo río por el que habíamos llegado. Eso siempre y cuando no nos aniquilaran los hombres-hormiga antes de alcanzar el pantano.

—Si no supongo mal, a esa hora comenzaría otra vez el asedio…

—Correcto. Malditamente correcto. Había que moverse rápido. No faltaba mucho para el amanecer. Por eso envié de regreso al barco a uno de mis hombres con instrucciones expresas de poner a cada tripulante en su puesto e intentar deshacerse de todo el lastre posible, lo cual, lamentablemente, incluía la fruta de la bodega.

Makraff hizo una pausa breve. Nikola y David supusieron que el capitán se preparaba para rematar la historia. Pero Kovayashi, con la percepción aguzada por un hambre incipiente, notó una ligera contracción en sus pupilas; estaba seguro de que al mencionar la fruta, Makraff les había recordado a otros primates queridos.

—Escuchar en el estrato más alto de la selva el aullido primitivo de los chorongos y el canto agudo de los batarás nos indicó que el momento de actuar había llegado. Éramos cuatro para tirar del cabo, y lo hicimos tal y como un pack de forwards entero. Puedo asegurarle, doctor, que estuvimos a un tris de abandonar el plan y de darnos por vencidos. Esos condenados sostenes no se movían. Pero el último intento fue salvaje, descontrolado, casi inhumano. Los parantes cedieron, la presión del agua rajó el barro y, finalmente, el muro se abrió. Hubo estruendos encadenados: el del agua escapando a través del dique, el de la empalizada volando en direcciones aleatorias y el de la ola descomunal que bajaba a toda velocidad hacia el pantano. Créame, doctor, que corrimos como si nos persiguieran los mismísimos Dæmonia.

—¿Y los hombres-hormiga?

—Oh, sí, esos seres repugnantes… Sin demasiado orden, algo dormidos tal vez, unos grupitos aparecieron en el sotobosque. Nuestras zancadas eran tan largas y veloces que no les dimos tiempo a reaccionar. Los aplastamos con los pies. Esos tizones del infierno explotaban como cascarudos. A mis hombres más fuertes les ordené que cargaran tantos cuerpitos como pudieran. A juzgar por la cantidad de flechas que se nos clavaron en las espaldas, el número de arqueros no debió ser inferior a mil. Afortunadamente, el alud de barro y troncos arrasó con los que nos atacaban desde el suelo. Sólo siguieron tirando los arqueros en los árboles, pero esos eran menos peligrosos. Nadamos por la inmundicia gelatinosa del pantano y subimos a cubierta con el último aliento.

—¿Todos?

—No… Enriquez nunca llegó a bordo. En su carrera se enganchó el pescuezo con una liana. No pasó mucho tiempo colgando, fue desollado en vida por los hombres-hormiga con sus pequeñas dagas de fémur afilado. ¡Que el Señor lo conserve a su siniestra por toda la endemoniada eternidad! De alguna manera él los entretuvo. Fue un héroe y debemos agradecerle. Juntemos nuestras manos y oremos por Enriquez, amigos.

Entonces, hombres y monos se tomaron respetuosamente de las manos. Nikola y David, intuitivos por naturaleza, sabían que en el cerebro del doctor se había abierto un portal hacia su propia conciencia. Producto de sinapsis imperfectas debidas al exceso de carne en la dieta del Timor, los pensamientos de Kovayashi fluían tormentosos entre la niebla que cubría el porvenir y los groseros embustes del capitán Makraff. Pero si algo habían aprendido Nikola y David acerca del doctor era que no debían preocuparse. Sólo resignarse y rezar. Y eso harían.

Continuará…

5 comentarios en “Makraff y los hombres-hormiga (VI): «La inundación»

  1. Marina

    Ya estoy viajando por esos rincones. Por qu’e tan poco fruta? Y qu’e carne consumen? Muchas preguntas a partir de cada lectura.

  2. Hola Mar. Estarás viajando por esos rincones. Por las dudas, vos siempre alerta. nunca subas a un barco que lleve Timor por nombre. La fruta no es comida porque el cargamento es para vender y deben llevarlo hasta el mar en buenas condiciones organolépticas. La carne… es una buena pregunta. La selva está llena de carne.
    Me encantan las preguntas. Gracias por leer siempre.
    P

  3. Sergio Mauri

    Es harto sabido que la última vez que alguien usó la palabra riostra, la tierra se resquebrajó inmisericorde bajo la ciudad de Hortelano. Vaya uno a saber qué poblado sufrió las consecuencias en esta oportunidad. Habrá sido donde nació el grumete Arnolfo? O donde cursó sus estudios para ser chef Xico? Vastos interrogantes se ciernen sobre el lector desprevenido.
    Pero a no desesperar! Los ubicuos hombres-hormiga acechan con sus dagas de fémur afilado y hay que mantenerse alerta 24 x 24, siendo esto indiscutiblemente positivo si se acerca algún masculino con cara de chorongo, lo cual ya sería malo de por sí. Y ni hablemos si grita como un batará.
    En fin, las aventuras de Makraff son de una singularidad tal que hasta el Dr. debe sosegar su respiración.
    Saludos a Nikola y a David!!

  4. Hola Mauri
    Lo que me preocupa es pensar cuál fue el destino de aquellos que lograron escapar con Makraff del asedio de los hombres-hormiga. Si llegaron al puerto sobre el mar, no tenían ya la fruta para comerciar porque la habían arrojado al agua para soliviantar el barco. De paso, nunca se supo el nombre de ese barco. Pero ciertamente no es el Timor. Si hacemos memoria, el Timor era el barco de El Holandés. Después de que lo asesinaron y tiraron al agua, Makraff se quedó con su dinero y su barco. Volviendo al tema, su tripulación actual nada tiene que ver con aquélla. Las dudas, siempre negras, se ciernen sobre el capitán y su escape de los dominios de los hombres/hormiga.

    Los saludos serán dados.
    Abracete!

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